Gabriela despertó en un obscuro vacío. No sabía dónde estaba, pero su vientre adolorido y su cuerpo desnudo le contaban aquello que había sucedido y que tanto tiempo estuvo dando vueltas en su cabeza hasta ese momento. Estaba recostada en algo, quizás el suelo, pues era una superficie dura, helada; tanto que dolía...
Aunque el dolor de su cuerpo casi se lo impedía, se levantó de ahí. Poco a poco fue formando unos pasos y caminó sin dirección, sin algo que le ayudara a descubrir el sitio o acaso saberse acompañada de algo.
Sintió entre sus piernas cómo un líquido tibio se fue deslizando. Salía de ella y lo tocó para tratar de percatarse de lo que se trataba. Estaba tan confundida, tan aturdida. La espesa oscuridad no le permitió ver el líquido.
"Estás sangrando, mamá" – escuchó- "Toma este trozo de tela y límpiate". "¿Quién eres? ¿Mamá? ¡Yo no soy tu mamá! – respondió Gabriela con temor y confusa -. Después, la voz de niño, casi angelical, se volcó un quejido y luego llanto, como si hubiese sido regañado o, acaso, desconsolado.
"¿Dónde estamos? – preguntó Gabriela - . "Mami, me duelen mis hombros" – dijo la voz del niño - ¿Me das un abrazo?". "¡No te puedo ver y no soy tu mamá!" – replicó Gabriela - . El niño nuevamente lloró. "Eres mala, mami, eres mala" – dijo el niño y se escuchó el acelerar de sus pasos que se alejaban de ella - . "¡No te vayas, dime dónde estoy!" – gritó Gabriela, sin obtener respuesta - . Siguió caminando.
Con sus manos tocaba las paredes que eran como de un hueco, una cueva o un pasillo; no lograba descifrarlo.
Después de casi veinte minutos de caminar, agotada, poco a poco se sentó, soportando el dolor que en su vientre insistía. Por momentos el dolor era muy intenso y después se desvanecía. Ya casi se quedaba dormida, cuando una nueva voz le hablaba: "Mamá, ¿Quieres agua? ¿Te sientes bien?" – preguntó otra voz, esta vez de un adolescente que insistía en atender a Gabriela. "Dime dónde estoy, por favor" – insistió Gabriela en obtener respuestas. "Mamá, imagínate lo que yo he sentido todos estos años aquí. He crecido solo, sin ti ni mi padre, a pesar de que él me quería – decía el joven - . ¡Me parezco mucho a él, mami!". ¿Tu padre? ¿Quién es tu padre y porqué me llamas mamá? – Gabriela, desconcertada, preguntaba; no entendía todo aquello. "Mamá, me duelen mucho mis piernas y estoy sangrando. Ya no puedo más" – dijo el joven y nuevamente el alejarse de los pasos se hizo escuchar hasta que el silencio absoluto capturó aquél extraño espacio - .
De pronto, Gabriela atravesó por un momento de inmenso dolor en su vientre que le pareció eterno. Su vientre era como atacado por algo. El dolor era insoportable, nunca lo había experimentado. Envuelta en el delirio, en su mente que al principio estaba en blanco comenzaron a presentarse imágenes que no tenían sentido. Todo era incoherente. Como fotografías de su niñez, de su llanto y alegría, de paseos familiares, de sus padres, un coro donde se encontraba, una fiesta rodeada de tantos gente, adultos, jóvenes y niños; sus amigos más cercanos; luego un hospital, doctores, sonido de llantos de bebés, de niños, de adultos. Gritaba que aquél delirio terminara y con su cuerpo sufriendo trataba de huir pero no podía. De pronto, todo acabó.
El dolor se acabó, al igual que la insistencia en su mente de aquellas imágenes. En su rostro solo podía sentir el caer de sus lágrimas. "Mamá, encontré una linterna, ¿Quieres que te muestre el camino? – le preguntó una tercera voz, ahora de un hombre maduro. Es muy tarde ya en mi vida, mamá – decía el hombre – ya no podré jugar con papá o ser padre, ni tener esposa o una vida exitosa. Mis abuelos ya tienen mucho tiempo detrás de "la puerta" y yo no los conocí". "¿Abuelos? ¿Quiénes? ¡Dime dónde estoy y quién eres tú! – ahora exigía Gabriela - . "Mamá, mi cabeza fue arrancada de mi cuerpo y fui mutilado por ese objeto. Yo era sano y luché con todas mis fuerzas pero no pude detenerlo. ¿Por qué no me ayudaste, mamá? – se lamentaba aquélla voz de hombre - .
¿En dónde estamos? ¿Por qué no enciendes la linterna? – Dijo Gabriela, cada vez con más desespero - ¡Quiero verte! ¡Quiero saber dónde estoy! ¿Qué pasó? - .
"No es tan fácil, mamá – dijo el hombre –tú aún no tienes derecho, yo sí, pero estoy atrapado en este lugar porque no encuentro mi pie izquierdo, no sé dónde está – desconsolado - . "¡Prende la linterna, por favor, préndela!" – pedía Gabriela - . "¡No, – Dijo una voz sufrida pero firme de aquél hombre – tú no, tú no me quieres, tú me quieres quitar mis brazos y mis ojos; quieres llevarte algo más de mí! ¡Aléjate!
Los pasos del hombre se alejaron corriendo y Gabriela, sin recibir respuesta en todo ese tiempo, volvió a agotarse. Tanto, que estaba cayendo en un profundo sueño. Pero, nuevamente de golpe, el dolor de su vientre regresó. Sentía en su vientre ultraje. El líquido que sentía ahora salir de entre sus piernas era cada vez más basto. Su cuerpo ya no podía más, lloraba su alma y sus fuerzas se le iban. Entre los gritos y el dolor, se acercó a ella la voz del hombre maduro nuevamente, quien entusiasmado le decía: "¡mamá, creo que ya sé dónde está mi pie izquierdo, ya lo encontré, ya lo encontré! – estaba muy alegre aquel hombre y Gabriela tan envuelta en el dolor, delirando, sintiendo partir su vida. El hombre encendió la linterna y Gabriela no pudo ver su rostro. Este dirigió la luz de la linterna hacia el vientre de Gabriela y de ahí extrajo su pie, que era el pie de un pequeño, de un apenas formado bebé. Aquella acción provocó el dolor más fuerte hasta entonces en Gabriela. Esta vez ya no pudo levantarse, su cuerpo estaba ya débil totalmente.
En el vaivén de su vida, pudo ver que un hombre maduro, desnudo, con una linterna en sus manos se le acercaba feliz y le hablaba: "Mamá, ya me voy. Encontré mi pie. Estaba dentro de ti. Ahora completo mi cuerpo puede unirse con mi alma y ya podré atravesar "la puerta".
¿A dónde vas? – Logró pronunciar con gran esfuerzo Gabriela - ¿Voy a estar sola? El hombre abrió "la puerta", de donde salía una luz extremadamente blanca, volteó hacia ella y sonrió. Ya no le contestó. "La puerta" se cerró después de que él atravesara.
La vida casi le abandonaba, cuando Gabriela recobró poco a poco sus pensamientos, ahora lúcidos. Comenzó a tejer los acontecimientos y los personajes principales como ella, su vientre, quien le llamaba madre y su sangre lograron cobrar sentido.
Había estado adolorida porque había sido interferida de su embarazo y su cuerpo había sido forzado de tal manera que no pudo resistirlo. La sangre proveniente de su vientre era aquella hemorragia provocada por aquellos que erróneamente le habían practicado la aborción. Los dolores que llegaban una y otra vez sucedían en los momentos en que con urgencia los falsos médicos trataban de terminar con la práctica antes de que se les escapara de sus manos la vida de Gabriela. Aquél pie izquierdo que quien le llamaba madre no encontraba era el resto del bebé que, aferrado al cuerpo de su joven madre, había quedado perdido, confundido dentro del vientre de ella.
Su última visión de vida en aquél extraño y oscuro lugar era ese lapso de tiempo y espacio de debate entre la vida y la muerte, donde las almas cruzan al lugar de destino final. Ahí, de donde aquel ser inocente no podía marcharse por la falta de una de sus extremidades para poder conjugarse con su alma, destrozada esta, más que por la vida que no tuvo oportunidad de vivir, por la falta de esa conjugación divina.
Gabriela había hecho mal. Había tomado por equivocación una mala decisión. Por su vida y la de su hijo que, sin culpas ni oportunidades, no podría jamás conocer.
FIN
FERNANDO REBOLLAR
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